La historia muestra que en las crisis, los gobiernos se ven forzados a asumir un papel importante en la economía. Habría sido impensable que no hubiesen dado un paso al frente para tratar de limitar el perjuicio económico, apoyando los ingresos y los empleos tanto como sea posible.
Así lo describe la noticia de EL PAÍS, La crisis deja a los Estados como último dique de convención, de la cual extraigo el siguiente texto que resume los esfuerzos de los países para evitar la crisis económica.
LAS AYUDAS PÚBLICAS SUMAN YA UN 10% DEL PIB MUNDIAL
A finales de marzo los paquetes de ayuda por parte de los Estados ya superaban el 2% del PIB global: entonces la única comparación era con los programas de reconstrucción tras la Segunda Guerra Mundial. Pero la cifra no ha dejado de crecer en abril. La semana pasada el FMI la elevaba hasta los ocho billones de dólares, casi un 10% del PIB mundial. Los países siguen lanzando planes de ayuda: la UE doblará su presupuesto e Italia y Japón, dos países con los peores pronósticos, han lanzado un nuevo manguerazo para apoyar la economía real: 400.000 millones en el caso italiano, el mayor de su historia, y casi un billón en el del gigante asiático.
El Banco de Inglaterra anunció que imprimirá —temporalmente— tanto dinero como sea necesario para financiar al Gobierno. El anuncio es un balón de oxígeno para Downing Street y un portazo en la cara de la ortodoxia. Medidas extraordinarias en momentos extraordinarios. “La magnitud de la crisis hace que hasta los economistas ortodoxos aboguen por una intervención pública sin precedentes para salvar a la economía de una depresión”, apunta Ángel Talavera, de Oxford Economics.